Victorias Inclusivas
Las victorias de la selección marroquí deberían ser celebradas como unas de las pocas victorias de los sistemas europeos de acogida de migrantes. En lugar de ser la bandera para juzgar la lealtad de cada unos de sus miembros, y por extensión a cada una de las personas que simpaticen con esas victorias.
Deberíamos analizar como sociedad ¿por qué tenemos la tendencia de cuestionar las lealtades por esto y por lo otro?, ¿gué hay que demostrar para evitar ser sacado del redil una y otra vez?.
Cada una de las historias que han formado a estos jugadores es más emotiva que la anterior. Suponen e implican superación, no ese modelo de éxito individual y egoísta, si no la superación centrada en el núcleo familiar, entroncada y arraigada en la familia, quien genera ese espacio de seguridad que todos y todas necesitamos para crecer.
Escuchar como cada uno de ellos crecía dentro de la vulnerabilidad, el ostracismo y la exclusión social (racismo social e institucional), y que todo ese peso no repercutiera en su compromiso por aportar, seguir pagando impuestos, buscando desplegar su carrera profesional en estados europeos, seguir contribuyendo a la economía, a la sociedad y al deporte, es algo que nos daría para una tesis doctoral o varias.
De igual modo, debería ser materia de estudio el cómo esas generaciones que han desarrollado su talento en la adversidad, conociendo de cerca la historia de diáspora que ha vivido su entorno familiar, todos los sacrificios para hacer posible un sueño y que a pesar de ello generan arraigo, preferencia y predisposición, en algunos casos de forma altruista para poner su talento al servicio de sus raíces, sus orígenes por lejanos que sean.
Quizás sea esa gratificación emocional la que repare esa fractura existencial de saberse de muchos sitios y de ninguno a la vez.
Esa generación son sus madres y todo lo que signifique estar vinculado como hombre a tu madre en una edad madura. No escatimar en hacerlo visible, en visibilizar a las heroínas que dieron sentido a sus vidas es digno de todo respeto, pero sobre todo de tomar nota, sobre que otras relaciones familiares son posibles. Y sí, voy a destacar algo obvio e importante, si el respeto incónico a sus madres, con velo y sin él, forma parte de sus valores, y no dudo que hayan vivido en carne propia la islamofobia, o cultura del rechazo hacia las manifestaciones relacionadas con el Islam, que sepan que esa imagen produce un reparo y alivio instantáneo en millones de personas.
Esta selección ha conectado con millones de personas, sus gestos han roto con décadas de tabúes. De tabúes que las diásporas aprenden a golpe de realidad, de hecho quizá sea más correcto decir, desaprender, por que es lo que muchos quieren decir cuando hablan de integración: desaprende qué eres, por que no lo queremos aquí.
Quizá esa sea la cuestión a analizar, ejercer una política de caridad hacia la población migrante puede reconocer derechos sociales, pero no derechos civiles, que son los que generan sentimientos de pertenencia, orgullo de pertenencia.
La alegría que esta selección ha creado en propios y extraños ha arrancado expresiones tipo: “Me han hecho sentir marroquí sin serlo”. Diásporas, especialmente las africanas y musulmanas, se han reconocido en una identidad nueva, emergente, sin complejos ni reparos.
Han creado una identidad propia, la de los soñadores, que han visto y vivido la injusticia (política, social, religiosa) y las bonanzas de los estado de bienestar y la democracia y de todo ello han creado una conciliación y reconciliación. Conciliación con los valores que les resuenan con sus raíces y al mismo tiempo reconciliación con una historia terca que estigmatizaba cada átomo de sus existencias.
No estamos ante una deslealtad, sino ante lealtad hacia cada lado de la orilla mediterránea, que construye a ambos lados con lo que cada lado necesita y les reclama: Europa, se que necesitas trabajadores y mantener un estado de bienestar. África, necesito seguir teniendo esperanza en un mundo que no hace más que defraudarme.
En el contexto religioso, llevamos tiempo cultivando una desconfianza hacia la existencia del Islam en sí. Reservandole el rol de potencialmente terrorista y rompedor del orden social y la convivencia cuando su presencia es minoritaria y alargando la lista de barbaridades cuando se trata de países mayoritarios, con mayor o menor atino, y sin ninguna generación de cambio social justo para la población en sí, a decir verdad.
Desquitarse de este estigma, devolver la cosas a su justo espacio, naturalizar la dimensión religiosa de los individuos como derecho, no como causa de culpa, exponer los valores que construyen a la persona, a sus propósitos, a sus relaciones con el entorno social y más allá de lo social… ha quedado a ojos vista para quienes seguían el mundial.
Son muchas las cuestiones a reflexionar, pero me quedo con una: ¿seremos capaces de crear sentimiento de pertenencia o nos mantendremos en un uso utilitarista de la migración y de un espacio tímido para las minorías étnicas y religiosas?
Creo que debería ser posible, lo hemos visto estos días, hemos visto qué reforzar y cómo hacerlo.
Nadie debería ser cuestionado por su lealtad cuando diariamente demuestra su esfuerzo por contribuir a un espacio que no es el suyo propio, sabiendo que cualquier revés le devuelve a la casilla de salida, y que probablemente las mejoras sucederán en dos o tres generaciones posteriores a la suya.
Aunque soy consciente de que esta cuestión compite con todas las críticas, las injusticias y los retos que aún nos quedan por superar como humanidad y que también han quedado patentes en esta ocasión.